Crónica bicitekas

Crónica Biciteka: viaje de ida y vuelta por el activismo cletero en la CDMX

Compartir

Bicitekas, cuando empecé a hacer activismo, era como ese ser omnipresente que ya todo había probado.

Manifestaciones, reuniones, mesas de trabajo, concentraciones masivas, propuestas de ley, incluso, bici-secuestros.

Llantas para bicicleta de montaña

Era, en otras palabras, un dolor constante porque todo lo que proponíamos aquellas juventudes, Bicitekas ya lo había hecho y, a decir verdad, mucho mejor organizadas de lo que estábamos.

Así fue que empecé a odiar a las Bicitekas.

No pasó mucho tiempo (o sí) para darme cuenta que sus comentarios a mis “propuestas de lucha y agenda” no eran para tirar odio o desincentivarme, sino consejos para evitar repetir sus propios errores y que las cosas funcionaran.

Con los años fui conociendo a las personas detrás del atractivo nombre del colectivo: Areli, Agus, Ruth, Lucho, Bere, Moni, Georgina…

Georgina fue quizá la última Biciteka que conocí en persona, ya que Casa Biciteka estaba instalada en la Escandón, a unas cuadras de mi nuevo hogar.

Y no desaproveché la oportunidad de llevar mis propias bicis al equipo Recicletos para que las pusieran a punto.

En una de esas ocasiones, mientras el Moch y el Isra se peleaban con mi rila, fue que Georgina me llevó a un viaje sui géneris sin salir de la pequeña oficina/bodega de piezas que tenía Bicitekas en el Recinto Escandón.

Saludé, prendí un tabaco y recibí miradas de desaprobación. Fueron por un toquecito.

De esto trata Crónica Biciteka

Ahí Georgina empezó el viaje, primero preguntándome, como siempre, por aquél famoso Lord Audi, para después soltarse como hilo de media a contar la historia del México-Tenochtitlán que veneraba a Bicilopochtli.

Emprendimos la rodada mística por la Calzada México-Tacuba, entre puestos callejeros que vendían el último penacho de moda, de novedad, hasta llegar a lo que hoy conocemos como el Zócalo, donde una serie de automóviles que habían sido usados contra ciclistas eran ofrecidos como ofrenda a la diosa Bicilopochtli.

Seguimos rodando por Calzada de Tlalpan, donde la influencia de Bicilopochtli parecía desvanecerse entre grandes avenidas que trataban de reverenciar al falso dios de la muerte, el dios-coche.

Aunque la cantidad de personas a bordo de bicicletas, peleando metro a metro, pedalada a pedalada, evitaban que el falso dios tomara control de Tenochtitlán.

Tomamos un descanso, donde las Bicitekas, guardianas y guardianes del templo a Bicilopochtli, discutían acaloradamente, porque no, no todo era miel sobre hojuelas, también había grandes diferencias entre este grupo guardián.

Mientras Georgina contaba cómo la discusión se dirimía en cuanto las cervezas en caguama comenzaban a escasear y se tenía que armar el equipo de rescate a la brevedad, el espacio real parecía difuminarse y confundirse, cada vez más, con el espacio mágico de la historia que salía con una cadencia digna del Tour de France, de la boca de Georgina.

Georgina Hidalgo presentando Crónica Biciteka acompañada del editor JM Servín (extrema izquierda), Héctor Zamarrón y Jonathan Vázquez a su derecha.

El viaje, una vez que Georgina nos permitió regresar, me dejó una gran sonrisa, con una historia digna de quedar plasmada en papel.

Se lo dije, se rió, se rieron. No sabía que la Crónica Biciteka ya estaba en el horno.

Crónica Biciteka es un libro que se debe tomar con la seriedad con la que veneramos a Bicilopochtli pero también toda una caja de herramientas para quienes pedalean para salvar al mundo.

Un infaltable en cualquier colección de libros sobre historia de México o de, claro, bicicletas.

Que Bicilopochtli siga dándole esa creatividad única a Georgina porque aún hay mucho por conocer detrás de esta banda de gente loca: las Bicitekas.

El libro Crónica Biciteka lo puedes comprar directamente en la página de Bicitekas. Tiene un costo de 200 pesos.

Ari Santillán

Periodista y activista por la movilidad urbana sostenible.