No sé si es la edad que no me alcanza para recordar un año más tenso que el que estamos despidiendo.
Los que leemos esto sobrevivimos una pandemia y su consecuente amenaza de una crisis económica, y muy seguramente nos aferramos a las cosas que nos mueven, literalmente: la bicicleta.
De 2017 a hoy, hemos vivido un terremoto, un desabasto de gasolina y una pandemia. Y en las tres ocasiones nos sujetamos de este invento que ha resultado ser más que un juguete y un medio de transporte.
Nos ha dado la capacidad de acarrear víveres, hacernos llegar al trabajo sin gasolina y salir a tomar un poco de oxígeno a los pulmones y salud mental durante la cuarentena.
Nuevos oficios y carencias
También ha sido el soporte económico de miles de trabajadores que han permitido que muchos nos quedemos en casa, llevando comida y otras necesidades.
Los repartidores sacaron la casta y permitieron que la economía de miles de restaurantes siguiera andando.
Al mismo tiempo salió al sol la precariedad laboral a la que han sido sometidos por un sistema económico que galardona a creadores de apps, pero que olvida los derechos laborales de quienes les dan sustento.
La crisis sanitaria puso un lente cromático a todas las carencias que ha acumulado este país desde hace décadas, aunque algunos crean que todas fueron creadas desde el primero de diciembre de 2019, con el cambio de presidente.
El transporte público, siempre sobrepasado, movió a la mayoría para que una minoría pudiera quedarse en casa.
La acostumbrada inversión en infraestructura para el auto particular puso en riesgo, más que nunca, la salud de millones de personas que tuvieron que amontonarse en los vagones del metro, combis y microbuses en todo el país.
La bici, una vez más, levantó la mano para gritar que ahí está, dispuesta como siempre para ser la alternativa resiliente en casos de emergencia.
Muchos gobiernos le dieron la bienvenida y concretaron ciclovías tan rápido como nunca, como el caso de la ciudad de Puebla que rompió récord en construcción de infraestructura ciclista o San Pedro Garza García en Nuevo León, donde la bici había sido ninguneada hasta ahora.
Llegamos al último día del año con una Ciudad de México vacía. Como si todos hubieran tomado conciencia de quedarse en casa para evitar una catástrofe sanitaria para enero.
La verdad es que todos salieron a las playas, a otras ciudades. Hoy no es un día para poner en práctica lo que sus tuits y posts en Facebook decían al inicio de la pandemia: “seamos colaborativos, solidarios”.
El fin de año me llega con una idea que me da esperanza e incertidumbre: nada puede estar peor que este año… ¿o sí?
Un último paseo en bici no vendría mal. Es lo más cercano y práctico que conozco para vivir el aquí y el ahora.
Sé que si la pandemia arrecia, la gasolina se termina o si mi economía se va al hoyo, la bici resiste, y con ella, todas las personas que hemos encontrado en ella un camino.