Generación de cristal

¿Quién es la generación de cristal?

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El otro día salí a hablar por teléfono, me recargué en la cajuela de un auto que estaba “medio subido” en la banqueta.

El dueño, de más de 40 años, me reclamó: “Oye, me costó mucho esfuerzo comprar mi auto para que venga un chamaco pendejo a recargarse, vaya a sentarse al parque”.

Rodando por Av. División del Norte, una señora de más de 40 años me hostigó por más de 6 cuadras; ya en el semáforo me gritó que me tenía que hacer a un lado para dejarla pasar, que por mi culpa iba tarde y que “luego por eso nos atropellan”.

Mi gran insulto: tomar el carril que me corresponde para trasladarme en bici.

En el mercado cerca de casa, una señora acompañada de su esposo, ambas de más de 40, reclamaban a los chavos que te toman la temperatura y te piden usar cubrebocas dentro del mercado.

Los jóvenes de la entrada fueron insultados hasta el cansancio, pues no les dejaban pasar sin su cubrebocas.

El fin de semana, en la “Rodada godín”, de Satélite a Polanco, alrededor de 10 personas, de más de 35 años, salieron a gritar “no a la ciclovía” mientras pasaba el grupo de ciclistas.

En las manifestaciones de los ridículos de FRENAA vemos a personas de más de 40 años pidiendo energías limpias, montadas en su automóvil de gasolina.

Exigiendo que “mis sirvientas no me den órdenes”; o que “se haga justicia” mientras circulan en sus vehículos de lujo emplacados en otro estado con medidas más laxas para evitar pagar impuestos y multas.

En todos lados los vemos, son la verdadera generación de cristal. Esas señoras y señores que creen que los derechos solo aplican para ellas y ellos, que ven con buenos ojos el “bullying” porque “forja el carácter” pero no están dispuestos a escuchar.

Que consideran un atentando a la libertad que se construyan ciclovías, como si sólo la gente como ellos tuviera derecho a trasladarse en las ciudades.

Que defienden a capa y espada los trabajos precarizados y sin derechos laborales, solo porque ellos no los tuvieron, como si la vida valiera por qué tanto venimos a sufrir…

Ah, pero se ofenden si los mandamos a terapias psicológicas para que puedan ser mejores seres humanos y se conozcan un poco más.

Ahí está su verdadera generación de cristal, temerosa al cambio, infartada con ver cómo los privilegios de unos pocos se convierten en derechos de todas y todos.

Que le pueden dedicar días enteros a quejarse del lenguaje incluyente, a burlarse del “todas y todos”, bajo la bandera de la “economía del lenguaje” sin darse cuenta del ridículo gasto de energía, tiempo y esfuerzo que conlleva defender el masculino genérico (sí, mucha más energía, tiempo y esfuerzo gastada que si dijeran “todas y todos”).

¿Quiénes son las frágiles y de cristal entonces?

Ari Santillán

Periodista y activista por la movilidad urbana sostenible.