los ciclistas sobrevivimos

Los ciclistas sobrevivimos a las calles

Compartir

He vuelto a rodar. Lo había dejado casi un año, lo admito, porque cada vez hay más ciclistas en las calles, la mayoría con escasa cultura vial y mucha arrogancia. 

Tengo sentimientos encontrados al respecto. Por si fuera poco lidiar con las neuras de los automovilistas, ahora debo lidiar con las de ciclistas improvisados que arriesgan la vida a lo tonto.

Actualmente pedalear es una moda y todos quieren subirse a una bici (si es vintage, mejor) para demostrar lo ecológicos y comprometidos que están con el ambiente.

El servicio público de Ecobici ha sido un éxito y los ciclotones se han vuelto una tradición entre millones de potenciales ciclistas que cada domingo buscan en ellos “quitarse el miedo” a la calle.

Y ése es el problema: que esta moda ha arrojado a la calle a ciclistas que manejan como si fueran en un paseo de domingo, zigzaguean peligrosamente sin respetar las señales de tránsito y arriesgan su vida peleando con los automovilistas.

Los que usamos la bici para trabajar y transportarnos desde antes de que comenzara esta moda de ciclovías y carriles confinados mal hechos sabemos que rodar en la Ciudad de México es un deporte extremo en el que los ciclistas llevamos las de perder.

Digamos que somos la carne de cañón.

Para los kamikazes como yo, ése era justo el atractivo, la fuente de adrenalina y la inspiración para salir a dar batalla a los neuróticos del volante.

Pero claro, antes solo éramos unos cuantos locos, así que después de esta explosión del ciclismo en la ciudad siento no el deber, sino la urgente necesidad de compartir mis experiencias, sobre todo luego de librarla de dos intentos deliberados de atropellamiento.

La guerra por el uso del carril derecho no es una novedad. Todo ciclista que salga a las calles debe saber que las leyes básicas del ciclismo urbano son una combinación de leyes de la física, del tránsito y del azar. 

Así pues, microbuses, camiones y trolebuses siempre  tienen prioridad y se deben dejar pasar o sortear únicamente por la izquierda según la calle, el tránsito, las dimensiones y la habilidad de cada uno.

Entre otros preceptos básicos, se sabe también que un conductor con prisa es un homicida en potencia y que aquellos que manejan maquillándose o hablando por teléfono deben evitarse a toda costa y dejar que se alejen. 

Así que no tiene sentido pelear con el taxista que te aventó el auto para ganar pasaje, ni con ninguno de los conductores que te consideran un “estorbo” o un “jamón sobre ruedas”, ni mucho menos con  los peatones que se cruzan la calle por los lugares más inverosímiles.

Por el contrario, todo ser rodante en la urbe debe concentrarse en una sola cosa: fluir.

Usar todos tus sentidos para sortear con éxito las pruebas que la calle impone a tus piernas, reflejos,  pulmones y mente.

Ese es el reto. Luego viene lo de visibilizarse lo más posible, hacer contacto visual con autos y peatones, ser capaz de maniobrar, sacar el brazo y hasta chiflar para avisar de cualquier movimiento.

El periodista Rafael Pérez Gay apuntaba en su columna la “superioridad moral” con la que los ciclistas retaban a los automovilistas en la calles de la ciudad.

“Una parte de los ciclistas se ha convertido en ‘desdeñosos profesionales’. Si vas a pie te rebasan con molestia, si vas en coche te desafían y miran con desprecio. Anda hazme daño con tu máquina infernal y tendrás un castigo ejemplar…”

Rafael Pérez Gay

Lamentablemente los que hacen daño con sus máquinas infernales no reciben el castigo ejemplar.

¿O no se absolvió  al chofer de Metrobús que mató a una ciclista en Reforma?

Ahora, es cierto que a una parte de los ciclistas en las calles le ha dado por predicar.

En este año que decidí descansar mis ruedas presencié incontables reclamos de ciclistas a choferes de transporte público, el atropellamiento de un tamalero en Tlalpan por un camión que ni se percató de su presencia e inútiles encontronazos tipo Lord Audi.

También me sorprenden los numerosos ciclistas que invaden el carril del Metrobús, o que van en sentido contrario, sin protección ni luces o que llevan audífonos.

Se supone que usamos la bici porque queremos hacer la diferencia, pero entender que esto es una elección personal y no una misión divina de la que todos deben estar conscientes ayudaría a fluir mejor.

Es verdad. Allá afuera hay una guerra bicis contra autos por el derecho a circular que requiere de sentido común de parte del ciclista.

Para “ganar” las batallas diarias por circular hay que tener primero que nada respeto por tu propia vida y la de los otros.

Pero sobre todo respeto a la máxima del pedal: no hay subida por muy empinada que nos detenga, ni tope que no pueda saltarse, pero la vida no puede recuperarse.