Mi hermana mayor, Gaby, iba a cumplir años, quizás iba a cumplir 13, yo era casi siete años menor. Ella tenía una bicicleta color café tipo cross con freno a contrapedal.
Era mi hermana mayor, bueno, tuve la forunta de tener dos hermanas mayores. Pero era la más mayor.
Me ganaba en todo, sobre todo en basquetbol. Todas las tardes, después de comer nos retaba, tanto a mi otra hermana como a mi. Geny prefería ver cómo me esforzaba y perdía una y otra vez o tomar una siesta.
En esas condiciones, el cumpleaños de Gaby era algo que me pareció muy importante. Quizá fue la primera vez que tuve conciencia que celebrar un año más de vida era algo valioso.
La bicicleta café estaba ahí, recargada en las paredes amarillas de un gran patio que quedaba al centro de las recámaras.
Era una casa antigua que había sido «escuela de señoritas» y también había vivido una señora que se suicidó, pero esa es otra historia. Sólo recuerdo que jugábamos a que nos perseguía «la joven».
Esa parte de mi infancia, fue una constante fantasía. En gran medida por Gaby, de quien fuimos su juguete favorito. Y el juego más recurrente era el de recrear historias de todo tipo.
Precisamente, esa bici café era la furgoneta que imaginariamente nos llevaba alrededor de todo el país. Amarraba dos triciclos detrás de ella y nos llevaba por un gran viaje imaginario.
Aquella bici era importante. Así que para su cumpleaños pensé que darle una cara nueva sería una gran idea.
La tomé y escondí en una de las recámaras. Luego busqué en unas cajas, donde guardaban tijeras, gomas, pritt y más herramientas que en aquel entonces se usaban para estudiar en una vida donde lo virtual no era necesario.
Busqué y encontré. Ahí estaba un pequeño bote de vidrio, regordete, chaparrito con una tapa blanca que hasta la fecha pienso que es desproporcional al resto del envase. Pintura Vinci.
Era color amarillo. Imaginé la bici en ese color. ¡Le va a encantar! Pensé. Tomé el frasco y el pincel.
¿Removedor de pintura, lija de agua, desarmar el cuadro, los pedales, el manubrio? Eso no pasó por mi mente de siete años.
Me enfoqué en empapar el pincel y en realizar trazos lo más parejo posibles.
Con cada pincelada el trabajo se ponía más difícil. Pero no me importó, fui perseverante. Ya había comenzado y dejarla a la mitad sería fatal, lo sentía en el estómago.
Continué centímetro a centímetro: tubo superior, diagonal, tubo de dirección, eje de centro. No sé cómo un frasco de pintura Vinci alcanzó para tal obra de arte que estaba creando.
La imaginación es una herramienta muy poderosa, pero si no la dominamos, nos puede meter en un problema grande: la rigidez de la realidad.
Recargué el manubrio de doble altura en la pared. Sus llantas completamente negras con tacos, que la hacían parecer una motocross, los pedales de goma antiderrapante con reflejantes amarillos y el flamante cuadro que parecía fuego. Era perfecta… en mi imagniación .
El día de su cumpleaños se acercaba. Pero la realización de una historia en la que se veía involucrada, con papel protagónico una bicicleta color café, arruinó mi sorpresa.
Gaby preguntó a mis papás dónde estaba la bicicleta. La buscaron y no dieron con ella. Preguntaron a Geny, les dijo que no sabía y continuó viendo la tele sin tomar mucha importancia. Y finalmente me preguntaron a mi.
Es muy feo cuando te sacan del mundo de la imaginación. Sobretodo a esa edad, cuando estar de ese lado, del de la ficción, es parte del desarrollo personal.
Ya de adultos es diferente. La vida nos exige no estar meciéndonos en el mundo imaginativo, o usarlo para fines meramente productivos. Pero cuando somos niños, es nuestro estado natural.
La pregunta me llevó a la angustia y luego a la culpa. Así que los llevé donde estaba escondida la bici que antes era café.
Al momento de llegar a ella, el flamante vehículo de color amarillo pulcro, resplandeciente, había tornado en una bici de manchas cafés con gotas amarillentas que lloraban a lo largo de toda su tubería.
¿Qué hiciste? Preguntaron.
Por fortuna o no, en mi familia el buen humor es costumbre, hasta niveles que pueden parecer ofensivos.
Por ejemplo, ese día, en vez de regañarme con un ¡mira lo que has hecho, echaste a perder la bicicleta de tu hermana! Sólo se rieron a carcajadas, incluida mi hermana, que cuando escuchó que era una sorpresa para su cumpleaños, me abrazó y me dio las gracias.
Lo más doloroso no fue el regaño a carcajadas, sino el momento en que mi papá tomó la bici, la llevó al patio y con una manguera diluyó mi obra de arte.
Muchos años después, unos 28, compré una vieja bicicleta por Mercado Libre, una Magistroni de los años 80, con un cuadro mixte.
Gaby tenía cuatro meses de haber sido diagnosticada con cáncer de mama, triple negativo. Y yo estaba sin un trabajo estable. Era un momento difícil.
Con el poco dinero que tenía ahorrado compré dos bicis para restaurarlas. Más que hacer dinero suficiente para los gastos del mes, me sirivió muchísimo para el estado de ánimo.
Restaurar una bicicleta ha sido el ejercicio que más me ha acercado a un estado de pleno balance mental. Algo parecido a lo que narra el periodista Juan Carlos Kreimer en su libro Bici Zen.
Cuando comencé a desarmarla recordé inmediatamente la vez que quise remodelar la bici café de Gaby. Tomé el celular y le mandé un whatsapp.
«Mira hermana, voy a resturar esta bicicleta. Prometo que va a quedar mejor que tu bici café».
Me respondió un «ja» kilométrico. Se acordaba perfectamente de la anécdota.
Hoy que es su primer cumpleaños fuera de este plano existencial, ese tipo de recuerdos me dan la oportunidad de abrazarla.
Cada letra de este recuerdo me permitió sentirla, y recostarme unos instantes en la hamaca de la imaginación, donde podemos restaurar la vida que a veces se fractura con la dura realidad.
Te amo hermano! Nunca dejes de escribir, no dejes de hacer magia con las letras y de transportarnos a través de ellas a vivir o revivir emociones que tu ves con esos ojos y esa alma tan especial ????? #siemprelos3