Los triciclos que venden pan en la Ciudad de México son fuente de empleo de miles de trabajadores que se ganan la vida por cada pieza que venden. Sin sueldo fijo o prestación laboral alguna.
En noviembre de 2014 publicamos este reportaje en nuestra edición 4.2 de la revista digital que editábamos en ese entonces.
Compartimos el texto que fue escrito por Jesús Guevara para Cletofilia.
8 de la mañana, mientras el café sigue humeante, Edgar se esfuerza por pedalear el pesado triciclo azul, con su mano derecha cita a sus comensales al accionar el inconfundible sonido que emite su corneta anunciando que el pan ha llegado.
Se orilla a las afueras de un laboratorio en la colonia Del Valle y hordas de seres vestidos con holgadas ropas se arremolinan en torno al triciclo.
Una veintena de personas ataviadas de azul cielo y blanco portan en la cabeza una especie de cofia-casco que les cubre la totalidad del cráneo y su rostro, más parecieran protagonistas de algún videohome barato de ciencia ficción.
Al fin uno de esos seres con aspecto aséptico, baja la parte de la cofia que cubre su boca y dice, “¿qué pasó ahora si viene caliente el café?”, acto seguido se desata el motín.
Casi al unísono todos comienzan a pedir café con leche, condensada, deslactosada, light, conchas, cocoles, donas, orejas y uno que otro despistado pide bolillo.
Para todos, Edagar tiene un momento de atención y los despacha con prontitud, conforme se les despacha se alejan del triciclo en paz y silencio resoplando su vaso con el hirviente liquido de su predilección en una mano y en la otra su pieza de pan.
Edgar Giovanni Escalante Rodríguez, cuenta con 18 años de edad, de los cuales dos ha dedicado a conducir el triciclo que su patrón, dueño de una panadería (con 30 triciclos más) por el rumbo de Vértiz, le confía todas las mañanas con 100 panes de diversos estilos y gustos montados en una enorme canasta que cubre la totalidad de la caja de carga del triciclo.
Bajo ésta, se haya un mega termo de poco más de 37 litros de café, a su lado, diversos empaques de distintos tipos de leche, un bote con azúcar, vasos de unicel y la imprescindible caja de herramienta para hacer frente a cualquier descompostura del triciclo. Esa es la carga que empuja Edgar al pedalear.
Buscar el pan de cada día
“Llegue con 16 años de Cuautla Morelos al DF, vine a trabajar vendiendo pan, mi tío fue el que me dijo que acá había trabajo, él trabajaba de francesero aquí y se pasó al triciclo porque se gana más y uno es libre.
“Mientras las cuentas te salgan al final del día no hay que darle explicaciones a nadie, tú eres tu propio jefe”, explica Edgar.
Francesero: panadero que hace exclusivamente bolillos.
Edgar es delgado, de tez morena, bajo de estatura, viste impecables zapatos de Ante negro con corte italiano, ropa a la moda y de calidad, sólo cursó la secundaría pero le gusta la música, toca el teclado y la batería.
“Los panes cuestan 6.50 al igual que el café a menos que lo quieran con leche, entonces cuesta 8 pesos.
“Nosotros nos llevamos 1.50 de cada pan o café que vendemos, está bien porque dormimos arriba de la panadería y no nos cobran nada, así que el dinero es todo para nosotros.
“Yo me lo gasto en ropa y las cosas que me gustan, como mi teclado. Si algo te gusta le inviertes dinero para tener lo mejor que se puede”, me confía Edgar.
El motor del triciclo de pan es la ilusión
Edgar acaba de comprar un teclado Korg en 6 mil pesos y me comenta que es una ganga.
“Lo compré usado en el mercado de Taxqueña, pero está como nuevo”, expresa el joven. Sus gustos son muy eclécticos, me comenta que le gusta el electrónico pero también Motel, Belinda y las gruperas.
“El próximo año quiero empezar a estudiar música, toco el teclado pero quiero aprender a leer las notas y poder componer mi propia música, tengo tiempo después del trabajo pero luego estoy cansado y en mi cuarto no estudio.
El día a día de un vendedor de pan
“Todos los días me despierto a las 4 de la mañana porque a las 4:30 ya debemos de estar enfilados con la mercancía para venderla. Por eso ahorita no voy a la escuela, me dormiría, no pondría atención y no aprendería”, me platica el melómano.
El cansancio del que habla tiene origen ya que con su pequeña constitución pedalea el pesado triciclo de 4:30 am hasta las 11 u 11:30 am, según le haya ido con la venta.
Hoy sólo regresó con cuatro panes del recorrido que hicimos. Como él me confiesa es tanta la oferta de pan en triciclo que debe de salir lo más temprano posible.
También debe respetar rutas ya que cada vez más panaderías implementan los triciclos y contratan la nueva oleada de jóvenes migrantes provenientes de Veracruz, Morelos y Puebla.
También se enfrenta al embate de grandes cadenas de tiendas de autoservicio con panadería, por lo cual en ocasiones tiene que pedalear más lejos, para poder vender la totalidad de los panes sin interferir con el territorio de otro triciclo.
[…] bien es cierto que los vendedores no trabajan en condiciones muy dignas, quitarles su medio de trabajo parece una solución de una visión muy […]