En nuestra sociedad un “mantra” que ha permeado hasta lo más profundo de nuestro subconsciente es que “faster, bigger, stronger, harder” siempre es better; es decir, que más (de lo que sea) siempre será mejor.
Así, quien trabaja más rápido es mejor, quien se queda más horas extras es mejor, quien tiene más dinero es mejor, quien tiene más amistades es mejor. Más, más, siempre más. ¡Uno más que tú!
Ciudades más…
Esta “filosofía de vida” se ha incrustado tan profundo que hemos diseñado nuestras ciudades bajo este esquema: avenidas más anchas para mover más autos cada vez más rápido.
Entonces, ya no importa si vives a más de 20 km de tu trabajo, hay autos de gama media que fácilmente llegan a los 180 kph como el Versa de Nissan que, por cierto, es el auto más vendido en México durante el 2021.
Para darse una idea, el promedio de velocidad de los circuitos de F1 ronda los 200 kph, apenas 20 kph más de la velocidad máxima de un auto urbano en el que, normalmente los ocupantes no utilizan casco, ni guantes, ni traje ignífugo. Para pensarse.
Pero, regresando al punto de origen de este texto, ¿en verdad necesitamos más, más, más?
¿De qué nos sirve un auto que alcanza los 180 kph en una ciudad donde la velocidad promedio en hora punta no pasa los 10 kph?
¿Para qué necesitamos una avenida con carriles de más de cuatro metros de ancho (suficientes para acelerar de manera cómoda a más de 100 kph) en una ciudad en la que, la mayoría de los traslados, no superan los 10 km de distancia?
¿Por qué sería mejor una movilidad veloz sobre una movilidad segura? ¿Se pueden ambas?
Y un sinfín de preguntas más que me hacen reflexionar el por qué ninguna campaña de seguridad vial logra cambios sustantivos.
Ya vimos las crudísimas campañas de THINK! en Reino Unido, también aquella campaña colombiana en la que le preguntan a una persona cuál sería un número “normal y aceptable” de muertes por hechos de tránsito y le sacan a su familia y amistades.
Campañas súper amables que apelan a la empatía y a compartir el espacio público, campañas que intentan poner en el centro a las infancias, a las personas adultas mayores, a las personas con discapacidad y a las mascotas para tratar de invitar a la gente a “bajarle”.
Ninguna campaña ha logrado su objetivo. Algunas, increíblemente creativas han ganado premios en sus rubros pero en lo colectivo seguimos con el “faster, harder, stronger, bigger… better”.
La cultura del “vayamos despacio”
Por el contario, hay gente que pareciera ir completamente fuera de la realidad colectiva, que quiere bajar las velocidades, que la gente camine o se transporte en bicicleta, que exige banquetas más anchas y calles más estrechas.
Mientras que en los pasados casi 300 años, la humanidad urbana occidental ha explotado a los mejores cerebros de sus generaciones en el “más, más, más”, ahora hay un grupo de personas en todo este mundo urbano occidental que pide a gritos “¡espérense, párenle! No tenemos que ir tan rápido”.
Y es que la Revolución Industrial nos metió en una vorágine de la que nadie escapa.
¿No hay ningún mérito en una vida austera, cómoda y suficiente? Me alcanzaría para comprar un auto pero prefiero gastármelo en cafés de barrio, juguetes para mi perra, tacos al pastor y una que otra cerveza artesanal o vino (barato o caro, da igual mientras me guste).
Podría comprarme un carro pero tendría que irme a vivir lejos, aunque fuera sólo para “sacarle provecho”.
Podría rentar una casa con tres habitaciones, dos estancias y dos baños y medio, pero tendría que contratar una trabajadora del hogar.
O podría vivir en un pequeño departamento, mucho más económico, de una recámara donde pueda hacer todo a distancia caminable y mis necesidades de transporte se solucionen, en el peor de los casos con un taxi por aplicación.
¿Qué es lo que nos interesa?
Entonces, mientras el mundo urbano occidental sigue viendo cómo hacer más, la realidad es que cada vez somos más las personas a las que no nos interesa que un güey millonario llegue al espacio, ni presumir una cuenta bancaria o una vida de película.
Cada vez somos más las personas que no nos compramos ese discurso del “más, más, más”, pero la realidad es que vamos contra una corriente de dos siglos y medio de fuerza.
Quizá si nuestras campañas de seguridad vial se enfocaran en lo divertido, libre, feliz y completo que es una vida menos rápida, con autos menos grandes, con menos caballos de fuerza…
O un depa con menos espacios que limpiar, o un empleo menos tóxico aunque, quizá, no tan bien remunerado (no estoy romantizando la explotación laboral).
Y dejemos el “faster, stronger, harder” para los Juegos Olímpicos y otros deportes y competencias que nos apasionen, incluso el automovilismo. Porque sí, acelerar un F1 a 360 kph no es sólo pisar un acelerador. Pregúntenle a Checo Pérez.
Y que el “better” siempre sea en lo colectivo, en lo que nos beneficia a todas las personas.