La historia de Gabino Rodríguez es como la de todos los pioneros del ciclismo mexicano de los años cuarenta: una lucha en contra de su destino.
El día que ese joven carpintero de la colonia San Rafael compró su bicicleta «lechera» y comenzó a competir, nadie imaginó que llegaría a las Olimpiadas de Londres 1948 ni que aparecería en la portada de El Esto con el mismísimo Cantinflas.
Eran él, el camino que tenía delante y todo lo que traía guardado adentro, el motor que movía las musculosas piernas de Gabino Rodríguez Rodea.
Su nombre apenas se recuerda al hablar de los pioneros del ciclismo nacional.
Nunca recibió una beca, una bici competitiva, alguna ayuda oficial o asesoría para alimentación. Tampoco entrenaba en centros de alto rendimiento.
En el México de 1940, quien quería dedicarse al deporte debía tener no solo fuerza física sino la voluntad de triunfar por sobre todos los obstáculos, incluso los económicos.
Y Gabino –por entonces un muchacho de 16 años que había terminado apenas la secundaria y trabajaba en la carpintería de su padre a las afueras de una vecindad de Antonio Caso e Insurgentes– tenía además un enorme corazón forjado en las montañas.
En la montaña se conoce el dolor por el esfuerzo físico que implica subir sin parar, escalar a todo lo que dan tus piernas y pulmones.
Gabino Rodríguez era un as en esos terreros, nadie escalaba como él y hasta lo comparaban con los escarabajos colombianos, campeones de la montaña.
Así fue como el corazón se le fue haciendo más grande y más grueso, un corazón de atleta.
Su organismo comenzó a tener eficiencia energética para aguantar el maratón de la vida.
Sin ningún tipo de seguro médico que lo resguardara, se cayó varias veces en peligrosísimas bajadas de las carreteras, pero su constitución muy fuerte registró solo raspones y sangrados, nunca fracturas.
Su entrada a los clubes ciclistas
Fue su hermano mayor el que lo llevó a los Clubes Ciclistas más famosos de la capital, primero El Independiente, donde le dieron un jersey amarillo muy bonito, luego Pedal y Fibra, con los que madrugaba para rodar desde las cuatro y media hasta las ocho de la mañana, cuando regresaba a trabajar a la carpintería.
Se había comprado una bici de repartidor de leche tan pesada que sus bíceps, cuadríceps, tensores y gemelos comenzaron a endurecerse casi inmediatamente.
A pesar de que su hermano le echaba ganas no destacaba en las competencias, en cambio Gabino comenzó a acumular trofeos.
Tenía una constitución física maciza y una piernas que lo llevaron a recorrer las más empinadas subidas de montaña y a ganar cuanta carrera de ruta se organizaba, que la México-Texcoco, la México- Amecameca, la México-Iguala, México-Cuernavaca, México-Toluca, México-Morelia.
Rutero, especialista en la escalada, Gabino Rodríguez Rodea pronto también llegó a la Vuelta a Mexico, que empezó a organizar, desde 1948, el general José García Valseca, director del periódico Esto y la cadena de diarios El Sol.
Gracias a sus primeros, segundos, terceros lugares atraía la atención de sus acérrimos rivales: el regiomontano Juventino El Borrado Cepeda, Ricardo El Pollero García (una leyenda de la repartición de pollos en bici), Ángel Romero (que ganó cuatro años consecutivos la Vuelta de 1950-54).
Y del campeón panamericano Hilario Orozco, plata en persecución de relevos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá (1938) y plata en contrarreloj por equipos en los de Barranquilla (1946).
Polleros, panaderos, voceadores, carpinteros, obreros, estudiantes universitarios, ese era el perfil de los deportistas de la época de oro del ciclismo nacional, como se considera a los finales de los 40 y la década del 50 del siglo XX.
Una época forjada a sangre y fuego por deportistas anónimos, que obtuvieron de esos triunfos secretos la fuerza para vivir y resistir una vida dura.
Londres 48, los Juegos de la Austeridad
¿Cómo logró colarse un joven de 25 años de piernas poderosas y aptitudes de «escarabajo colombiano» en las Olimpiadas de Londres 1948? ¿Qué tenía, las piernas, el corazón o la mente?
Su hijo, el periodista Ignacio Rodríguez Reyna, lo dice sin dudarlo: «unas piernas brutales que eran pura fibra, una fuerza de voluntad a prueba de todo y una energía física muy potente».
Cuando Gabino Rodríguez llegó a los llamados Juegos de la austeridad, se encontró como todos ante un Londres destruido.
Eran los primeros juegos de verano después de 12 años de guerra (los últimos habían sido en Berlín en 1936). La delegación mexicana (95 atletas, 88 hombres y 7 mujeres) no tenía dinero y había llevado comida insuficiente.
A los mexicanos les tocó colateralmente la guerra y tuvieron que racionar alimentos mientras esperaban que llegara otro envío de comida nacional.
La delegación ciclista estaba conformada por Adolfo Romero en la prueba de contrarreloj individual (finalizó en lugar 18 de 21), y en la prueba de ruta individual Francisco Rodríguez Ledesma, Plácido Herrera Briones, Manuel Solís Archundia y Gabino Rodríguez, un obrero carpintero que había sorteado la pobreza pedaleando en la carretera y aguardaba la hora de medirse en los 195 km de ruta a sabiendas de que enfrentaría a holandeses, belgas y franceses con preparación, con alimentación y con bicicletas. Naturalmente fueron arrasados.
Llegaron los triunfos a Gabino Rodríguez
Tras la experiencia de Londres, Gabino alcanzó el oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1950.
Llegó primero en la etapa final en los 150 km contrarreloj que corrió en equipo con los que anteriormente habían sido sus rivales: el norteño Cepeda, “el Pollero” y el universitario Enrique Jiménez.
Ese triunfo lo llevó a las portadas del Esto, el que aún era azul y no el sepia que conocimos.
El general Valseca le preguntó a quién le gustaría conocer y dijo que a Cantinflas. Y se lo concedió.
Era su ídolo, el actor del momento, el tipo que además encarnaba al peladito de barrio que se había vuelto famoso y triunfador.
Curiosamente, ese mismo año de 1950, Cantinflas filmó El Bombero Atómico, película en la que encarna a un voceador que pedalea leyendo peligrosamente en las calles de la ciudad.
Después de ser campeón centroamericano, siguió compitiendo muchos años más, hasta que se casó.
En el 52, año en que nació su primer hijo, se retiró porque tenía que seguir trabajando. Gabino fue carpintero ebanista toda su vida y su triunfo vital fue haber ido a las Olimpiadas.
Nada iba a cambiar su presente ni su pasado de dificultades y trabajo, pero su fuerza no quedó guardada en las vitrinas de ébano que fabricó para sus 500 trofeos. Su gran orgullo secreto era que había sido un campeón.
Giacinto Benotto le daba descuentos en sus bicicletas. En el 68, cuando el cansancio de la jornada diaria lo permitía, llevaba a sus hijos a las carreras del Velódromo o veían las competencias de ciclismo en la tele.
Aleccionaba a su prole sobre estrategias, técnicas, personajes. Una vez invitaron a Gabino al desfile del 20 de Noviembre para reconocerlo como pionero del ciclismo. Le dieron unos pants y una chamarra.
Admiraba a Radamés Treviño (que murió en el 72 atropellado en una carrera entre Pachuca y México, medalla de bronce en Panamericanos y quinto lugar en persecución individual en el 68), lo consideraba buenísimo.
Ya basta de bicicletas, le dijeron
A él nunca lo patrocinaron marcas y su regreso triunfal a las carreras de veteranos a mediados de los años 70 se interrumpió por dos accidentes: un atropellamiento de madrugada en División del Norte y Popocatépetl que le rompió la columna y lo dejó seis meses en el hospital.
Y otro con un perro que lo tumbó de la bici cuando entrenaba en Chapultepec, lo que requirió de injertarle un pedazo de fémur. Su familia dijo ¡ya basta! Y vendieron las bicis profesionales.
Nadie de sus hijos siguió su ejemplo. Si acaso el pequeño Víctor mostró aptitudes cuando lo acompañaba a entrenar a Cuemanco para las carreras de veteranos.
Podían recorrer 100 km, todo Periférico cada sábado y domingo y gracias a eso Víctor sería después de las fuerzas básicas del equipo Pumas y hasta seleccionado de volibol.
Siempre el estudio se impuso al deporte, una insistencia de su padre para no pasar las carencias que él soportó.
Una placa de metal con su nombre y país que le fue colocada a su bici en la Olimpiada de Londres de 1948 queda como amuleto a su hijo Ignacio y su nieto Emiliano, quienes la miran en momentos de adversidad y se imaginan al abuelo Gabino sin nada más que su fuerza y voluntad, subiendo sin parar de pedalear una montaña tan grande como su espíritu.
mi padre compitio en ese tiempo estuvo en los clubes era el as del club españa club mexico y club policia se llamaba regino ortega yo actualmente tengo trofeos fotos y dos bicicletas una es de belgica y la otra es automoto france el tubo un accidente el 12 de octubre de 1951 y fallecio 2 dias despues y yo estuve compitiendo en el club mexico de la liga injuve desde 1968 a 1980
Hola Davis, que gusto escuchar que tu papá también perteneció a esa generación de ciclistas y que tú también fuiste ciclista.