El planeta es un recipiente de diversidades, un mundo con miles de mundos. El ciclismo es un ejemplo de ello, y la bicicleta es la nave con la que puedes conocerlos.
A su alrededor se han formado disciplinas y estilos de vida muy peculiares.
Para ilustrar este abanico de posibilidades que detona la bicicleta podemos echar un vistazo al radball por ejemplo, una especie de futbol rápido que se juega con bicicletas, o al ciclismo artístico, que es una mezcla entre gimnasia artística y bmx.
¿Te imaginas al colombiano Egan Bernal o al actual campeón del Tour de Francia Tadej Pogaçar parados de manos sobre el manubrio al mismo tiempo que hacen girar la rueda delantera?
¿O a la múltiple campeona del mundo y olímpica Mariana Pajón meter goles con el rin sin apoyar los pies en el piso en ningún momento?
Mencioné dos disciplinas que al parecer nunca se han practicado en México o hay muy pocas referencias de ello.
Pero podemos comparar dos que son muy populares en todo el país: el ciclismo de ruta y el ciclismo de ciudad. Ciclismo urbano como lo hemos catalogado principalmente.
Dos mundos independientes cuyas órbitas se entrelazan muy seguido.
Algunas personas que habitan el planeta del ciclismo urbano miran con desconfianza al que señalan como “casquilicra”. Al habitante del planeta de la ropa entallada, zapatillas y bicicletas ultraligeras.
Y de aquel planeta algunos responden con el mismo tono: esos no son ciclistas. No entrenan, solo salen a pasear.
Pero incluso entre los planetas más antagonistas siempre hay embajadores que tejen lazos. Aventureros y exploradoras que no se limitan a las etiquetas y fronteras.
Ciclismo de ruta, un vicio difícil de dejar
Voy a ser un poco más honesto, porque la verdad creo que la cosa va por aquí: el ciclismo de ruta es un vicio, es la droga potenciada del uso de la bicicleta.
Si rodar por la ciudad te abre el mundo, te da libertad, te otorga la pócima que diluye el tráfico y hace pequeñas las ciudades, la bicicleta de ruta te convierte en superhéroe, pone a tu servicio la infraestructura carretera pensada para el coche, y una vez que la haces tuya sientes que puedes volar.
Los 25 o 30 kilómetros por hora que alcanzas con dificultad entre alto y alto, se convierten en el ritmo crucero con el que devoras falsos llanos.
Renaces, te transformas. Te preguntas cómo es posible que hayas pedaleado 50 kilómetros en una mañana.
Regresas a casa y transitas por las calles por las que a veces pasas para ir al trabajo, y te das cuenta de que ese trayecto entre oficina y hogar es diminuto comparado a lo que acabas de hacer. No es despreciable, sólo es distinto.
Desde la primera salida vas a querer más. Y comienza el círculo vicioso: te preparas para una salida más larga, buscas consejos, rutas, grupos, mapas, entrenamientos.
Y como al hacerlo tu cuerpo mejora su condición, te sientes mejor y por lo tanto quieres más. Luego vienen las ganas de mejorar la bicicleta, el casco, los zapatos, tu alimentación, hidratación…
Ya estás ahí, y salir es difícil, porque nadie quiere dejar de sentirse mejor.
Si tienes la fortuna de pisar ambos mundos, te conviertes en un diplomático de la bicicleta. Es como ser un viajero intergaláctico. Ya viste lo que hay al otro lado del vacío, de la lejanía.
Lo mejor que te puede pasar es comprender las razones del otro. Aceptarlas.
Del piñón fijo a la ruta
Eso pasó con otro mundo muy interesante. El del piñón fijo. Sus habitantes eran ortodoxos: piñón fijo, sin frenos y en la ciudad. Pero el virus de explorar se les coló y ya saben cómo funcionan los virus.
Primero comenzaron por recorrer las carreteras en las fixie. Las rutas planas: México – Pirámides, México – Pachuca. Luego los puertos de montaña.
Subir era todo un reto y muchas veces rebasaban, de pie sobre los pedales, al refinado ciclista de ruta.
Probaron las mieles de las velocidades, de la rueda libre. Y se dieron cuenta que daban pelea en las competencias de ruta, porque las piernas las tenían fuertes.
Ya estaban dentro de esa atmósfera y les fue impensable dejarla de visitar.
En el plano profesional también ha sucedido. Ahí está el australiano Cadel Evans, que fue corredor de ciclismo de montaña y luego brincó al asfalto y se coronó campeón del Tour francés en 2011.
O la neerlandesa Marianne Vos, una de las ciclistas con más triunfos en diferentes disciplinas.
Comenzó en la montaña, luego pasó al ciclocross, al velódromo y a la carretera donde ha sido tres veces campeona del mundo y una vez campeona olímpica.
La carretera tiene una finalidad: unir largas distancias. Por eso es tan atractiva. Es un portal a dimensiones desconocidas que está a nuestro alcance.
Bueno, hay algo que puede ocurrir. Que conozcas en cicloviaje y que no quieras regresar del camino. Pero esa… es otra historia.
Y el ciclismo de ruta te permite tocar esa puerta, abrirla, entrar en esa dimensión y regresar. ¿Qué más podría pasar?
Escucha la narración de este texto en el programa Bicitlán Radio, para el cual fue escrito originalmente.