la ruta de la seda en bicicleta

La ruta de la seda en bicicleta. Llegamos a Bulgaria

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¡Logramos cruzar! Llegamos a la primera ciudad del último país de los Balcanes que rodaremos antes de entrar a territorio asiático.

Russe es una ciudad que parece estar restaurada, al entrar a ella encontramos edificios viejos dándonos una sensación de estar abandonada.

Pero tan pronto llegamos a su centro encontramos calles angostas, banquetas amplias y un centro lleno de vida con grandes jardines y niños jugando en las fuentes.

Nos enganchó tanta vida y decidimos tomar un descanso en los jardines y observar la vida urbana de este centro.

Llegó el momento de continuar nuestro recorrido. Salimos por la carretera principal de Bulgaria en dirección a Veliko Ternovo.

Con mucho tráfico, tráileres y un acotamiento reducido, se volvió agobiante pedalear. Un poco cansados por el ruido, encontramos nuestro refugio dentro de unos viñedos.

A lo lejos podíamos escuchar perros ladrando, pero un atardecer espectacular con distintos tonos de rojos nos distrajo y por fin descansamos. 

Llegamos a Bulgaria

Cada nuevo día y con el constante pedaleo, mejora mi condición física, así que después de 90 kilómetros logramos llegar a la antigua capital de Bulgaria.

Veliko Ternovo, una ciudad desarrollada en la superficie de la montaña en forma de herradura que desciende hasta descansar en el río Yantra.

Rodar por Veliko Ternovo es casi imposible, sus calles con pendientes pronunciadas nos obligaron a empujar nuestras bicis hasta casa de nuestras anfitrionas. 

Siendo una ciudad reconocida por su actividad artística, salimos a caminar por ella.

En nuestro caminar nos van platicando un poco de la historia de Bulgaria. En el pasado Bulgaria fue parte del imperio Otomano y Rusia los apoyó para combatir contra ellos, para lograr su independencia.

Es por ello que Bulgaria tiene aspectos muy similares a Rusia, como el lenguaje y la escritura. 

Entre calles peatonales empedradas, llenas de tiendas y cafés, subimos y bajamos por las diferentes escalinatas llenas de arte urbano que nos llevaron a diferentes barrios de la ciudad, donde encontramos construcciones antiguas y modernas, las cuales mantienen un patrón constructivo.

Caminar entre sus calles es relajante. Son tranquilas y silenciosas, llenas de árboles en donde cuelgan pulseras rojas que esperan ansiosamente la primavera, una tradición búlgara.

A rodar nuevamente

Llegó el día de continuar, amaneció con una llovizna constante. Sin tener otra opción salimos con nuestras bicis. Esta vez decidimos tomar un camino secundario, Felipe me dice que son los mejores, hay menos autos y hay más vida rural, la única desventaja es que la altimetría es más variante pero sin duda mejores escenarios y menos ruido.

Así que esta vez nos espera una montaña para cruzar con 2,000 metros de altitud para llegar a nuestro próximo destino, Sliven.

El camino fue mágico, tuvimos distintos escenarios y sonidos. Conciertos de ranas que nos acompañaron por varios kilómetros.

Empezó a llover bastante fuerte pero tuvimos que continuar por algunos kilómetros, no había nada para refugiarnos, hasta que de pronto encontramos una casa abandonada.

Entramos a ella y decidimos comer algo. Dejó de llover un poco así que continuamos hasta llegar a Elena, un poblado que está entre montañas y la gente es poco amable. 

Salimos de Elena y comenzamos a subir. Felipe me enseñó algunos trucos para minimizar la pendiente así que pedaleamos en zigzag de un lado a otro de la carretera, danzando como si estuviéramos representando El lago de los cisnes.

A unos kilómetros de llegar a la cima comenzó a obscurecer, por suerte encontramos un refugio en una planicie sobre la montaña. Un poco mojados nos cambiamos y esperamos que obscureciera para dormir.

Despertamos y todavía hacía frío, así que nos cubrimos bien y salimos. Quedaban 5 kilómetros de subida, por fin llegamos a la cima y comenzamos la bajada. Con el piso mojado y pendientes pronunciadas, bajamos a no más de 15 km por hora, no me sentía segura. 

Tan pronto llegamos a la planicie, el sol se alzó en su máximo esplendor y de nuevo campos completos de flores amarillas aparecieron frente a nosotros. Gracias a esta carretera pudimos cruzar poblados típicos de Bulgaria.

Algunos llenos de  familias gitanas, que transitaban de un lado a otro con sus carrozas y burros por delante. Otros con familias búlgaras, con un aspecto muy similar al ruso.

En cada pueblo que cruzamos encontramos varios multifamiliares coloridos de abejas, por esto Bulgaria se conoce por tener buena miel. 

Después de un par de días logramos llegar a Sliven, la última ciudad de Bulgaria que visitamos ubicada al sureste. Sliven, una ciudad muy pequeña, nos dio una imagen de posguerra, edificios grises altos y abandonados.

Salimos a caminar en dirección a las montañas que la rodean. Las calles de esta ciudad son un poco solitarias, poca gente anda por ellas y en su mayoría son personas mayores.

Nos comentan que es porque es una ciudad un poco peligrosa ya que en ella habitan muchos gitanos a quienes tienen miedo. 

Después de unos días de descanso por fin salimos en dirección a Turquía. ¡Estamos felices porque es nuestro primer país en Asia! Pedaleamos por nuestras carreteras favoritas, las secundarias.

Un poco antes de llegar a la frontera una manada de perros feroces salió de entre las casas y nos comenzaron a ladrar rabiosamente. No sabíamos qué hacer así que paramos y nos pusimos detrás de nuestras bicis para que no pudieran acercarse mucho.

Felipe los trató de espantar con nuestros palos pero eran muchos. Por fin un auto pasó y los espanto hasta que nos dejaron cruzar. Nos habían comentado que en Turquía había que tener cuidado con los perros porque siempre atacan a los ciclistas, así que no podía faltar un ataque de perros en el último poblado antes de cruzar la frontera.